A veces confundimos el ocio o el simple hecho de no hacer nada con el aburrimiento, pero incluso la persona más ocupada puede ser la más aburrida.
Una reflexión sobre el mundo que hemos construido
A menudo nos sentimos invadidos por una extraña sensación de vacío que nombramos aburrimiento. Parece que no sabemos qué hacer, no encontramos satisfacción con nada y se nos ocurre que el tiempo pasa demasiado deprisa sin haber tenido «tiempo» de aprovecharlo. Es como sí sintiéramos que no tenemos derecho a desocuparnos y disfrutar por ello. Es como sí estuviéramos abocados al trabajo continuo, a la necesidad de justificar el tiempo empleado.
Pero los momentos son únicos e irrepetibles y con esa actitud negativa simplemente estamos desaprovechando nuestro momento especial. El simple hecho de estar sentados sin hacer nada ya tiene que ser divertido porque es una decisión nuestra y hemos de gozar con ello.
Vivimos en un mundo repleto de ansiedad y estrés y el desfile continuo de personajes ocupándose en algo nos hace sentir infelices o aburridos cuando no lo hacemos. Al mismo tiempo cuando tenemos que hacer demasiadas veces lo mismo llega un punto de saturación en el que nuestra mente grita: ¡Basta!
¡Qué locura de mundo si no sabemos muchas veces lo que queremos!
Quizás este mensaje parezca la disertación del aburrido pero muchas veces puedo sentir el poder de esa palabra en mi interior. Intento disfrutar con el «nada que hacer» pero pronto la situación distendida se hace insostenible y sin pensar dos veces el sentimiento que me embarga lo hago explotar causando dolor en aquel que he hecho cómplice de mi actitud.
Nuestra sociedad nos ha entretenido con numerosas actividades de ocio como si el simple contacto con uno mismo no fuera fuente suficiente de placer y aún sabiendo que así es, a menudo lo olvidamos y nos dejamos contagiar por ese displacer o aburrimiento.
Miedo al aburrimiento
Hay gente que ya nace aburrida porque se siente molesta consigo misma y eso provoca continua irritación que se traduce en un sentirse aburrido. Otros están tan acostumbrados al ocio continuado que cuando un día no hay nada que hacer se sienten perdidos. Recuerdo a una paciente que me contó que después de 20 años casada con padres siempre en la casa y con las niñas siempre con ellos, ese fin de semana que se acercaba era el primero que estarían por fin solos ella y su pareja. La emoción que sentía era de temor por esa nueva experiencia. El siguiente contacto reveló que experimentaron aburrimiento.
Necesitamos distracciones ociosas para sentirnos satisfechos porque vivimos en una sociedad que ha absorbido nuestras mentes juiciosas en continuos mensajes de actividades de salida.
«Tú me dijiste una vez que te habías trasladado a una casa mayor para poder disponer de más espacio porque si ya tenías eso no necesitaríamos pasar los fines de semana fuera.. «. Pero a pesar del mayor espacio el agobio aparece y sólo un buen análisis interior dará respuestas a ese aburrimiento.
Los sábados como «borregos» los humanos nos juntamos en el centro comercial que más cerca nos quede para probablemente ocupar nuestras mentes en mirar escaparates y fieles a nuestra compulsividad, jugar a ver quién compra más. Mientras, en el mundo se desatan guerras y desastres pero nosotros, con la excusa del aburrimiento, nos mantenemos alejados de la ansiedad que desata pensar en todo ello.
¿Tan superficiales nos hemos vuelto que no nos damos cuenta de que el Universo sobre el que vivimos se está quejando de nuestra nefasta evolución tecnológica? Y la gente se preocupa de sus depresiones, su aburrimiento, su estrés… cuando somos nosotros los responsables de estar así.
Mi hijo a veces me dice que está aburrido y mi contestación es: ¿con 8 años te sientes aburrido cuando no te falta de nada? Hasta dónde hemos llegado, cuanto más tienen menos valoran. Seguro que aquellos pobres niños del Tercer Mundo no tienen tiempo de pensar en el aburrimiento entre la sensación de hambre y de dolor, muy al contrario, exprimen la felicidad al máximo porque no se han sentido saturados con la sociedad de consumo que hemos creado y que nos conducirá a nuestro propio final.