Las frases de Tim Guenard pueden ser un motivo para que cualquier persona experimente la resiliencia.
Estas frases de Tim Guenard describen su situación y de cómo el odio se transformó en bondad.
Breve biografía de Tim Guenard
Tim Guenard fue abandonado por su madre cuando él tan solo era un bebé. Lo dejó atado a un poste. Fue entregado a su padre, quien era alcohólico y le dio tantas palizas que una de ellas, a los cinco años, hizo que Tim permaneciese en el hospital hasta la edad de siete años.
El resto de su infancia tampoco fue fácil, pues vivió el rechazo de cada casa de acogida en la que era trasladado. En la adolescencia estuvo tres veces en la cárcel para menores; también vivió en la calle y aprendió a leer porque un vagabundo le enseñó.
Por un momento, todo lo que el adolescente Guenard deseada era matar a su padre, pero Dios, o el “Big Boss”, como Tim le denomina, además del encuentro con personas clave hicieron que vida cambiase por completo, hacia el amor y el perdón.
Por un error administrativo, Tim también pasó una estancia en un hospital psiquiátrico; luego fue enviado a un reformatorio, allí aprendió a pelear y a sentir más odio. Así transcurría su vida, entre maltratos físicos, una violación, huidas, vivencias de la calle, mafias de la prostitución, entre otros.
Sin embargo, a los 16 años, una jueza, a quien Tim denominaba “la señora jueza”, le ayudó a conseguir un trabajo como aprendiz de escultor de gárgolas. Ya con este oficio, Tim comenzó a replantearse la vida. Cuando cumplió su mayoría de edad, comenzó un camino de superación y de perdón.
Apoyado en el ‘Gran Jefe’, o el “Big Boss”, Tim logró convertirse en lo que actualmente es: un hombre de 50 años, quien vive en Francia y está felizmente casado con Martine.
Tim y su esposa tienen cuatro hijos, pero ellos acogen en su casa a personas que sufren o tienen problemas. Tim los orienta y los anima a conseguir nuevas razones para vivir. Tim también les ofrece un techo y les ofrece su amistad, pues, no olvida que en su adolescencia se prometió dar acogida a quienes tuviesen las mismas carencias que él tuvo.
Igualmente, Tim escribió un libro autobiográfico titulado Más fuerte que el odio, en el que narra de forma sencilla y con sinceridad la historia de su vida, para demostrarle al mundo que “el hombre es libre de alterar su destino”.
Frases de Tim Guenard
Estas son algunas de las frases más impactantes de Tim Guenard:
Viví tres años en la calle. Yo creía que mi condición era normal, pero gracias a un buen policía descubrí que no lo era. Aunque me devolvió a la cárcel, me trató como a un ser humano. Yo no quería vivir, pero todas las veces que pensé en quitarme la vida me venía a la mente la mirada de aquel policía.
Doy fe de que una mirada amable puede cambiarte el destino. Es muy importante que te miren cuando tú no sabes ni mirarte a ti mismo.
No se puede soñar sobre algo que no se conoce. Si hoy estoy casado con una mujer a la que amo y respeto es porque un día fui invitado a la mesa de un matrimonio bien avenido.
Yo soñaba con el amor, pero cuando lo veía se me hacía insoportable.
Un día en una estación de tren vi abrazados a un padre y un hijo. No entendía lo que era aquello, pensaba que el padre estaba haciendo daño al niño.
Yo soy un ladrón de amor, he aprendido copiando momentos de amor.
Soy un ejemplo para los desesperados, he creado una gran familia con todas esas personas que acojo en mi casa.
Un día comprendí que mi peor prisión era mi odio y mi propia historia. Perdonar es darse el derecho a existir. Si quieres elevarte, tienes que soltar lastre.
La vida está llena de cosas feas, pero yo me fijo en las cosas hermosas.
No comprendo a la gente que insiste en lo malo. Me gustaría tener la mirada de un perro.
Cuando era pequeño mi madrastra me obligaba a dormir en la caseta de la perra, el único ser que me miraba con amor por encima de cualquier circunstancia. A ambos nos llamaba bastardo. Me gustaría que mis amigos me recordaran con mirada de perro: “Estuviera bien o mal, Tim me miraba bien.
Siempre es necesaria la motivación. Yo soñaba que habían metido a mi papá en una lavadora y que llegaba todo nuevo. ¡Tenía tantas ganas de un beso!, o de una mirada, un gesto; pero tristemente nunca llegó.
Si una persona no sale de su entorno, no se da cuenta de cómo es en realidad y, por desgracia, reproduce esas actitudes inconscientemente. Cuando ves a personas que quieren y son queridas eso te ayuda a no reproducir malas conductas.
Para los que no tienen cariño, ver a gente con amor es como mirar ese escaparate donde no se puede comprar. Sin embargo, puedes decir: “pues yo algún día viviré de otro modo”. Yo no he reproducido la violencia simplemente porque encontré a gente que me hizo desear cosas más positivas.
La mejor manera de ir en contra del destino es ir al encuentro de los demás; porque te dan ilusiones y te enseñan que la vida tiene otro paisaje.
Es muy importante que esos jóvenes vean que la vida no es una fantasía, que hay otro modo de existir, que cuando uno comete un error puede pedir perdón e intentar no volver a hacerlo.

A los que tienen la suerte de tener una familia, les diría que es importante respetarla, honrarla y aceptarla; que ni aquellas personas a las que más queremos son perfectas.
Para criticar y decir lo malo, la gente no pone medida; sin embargo, cuando toca decir “te quiero” o “estoy orgulloso de ti” muchos se callan.
Se anima a los futbolistas o a los ciclistas, pero es necesario que nos animemos entre nosotros. No es necesario ser un famoso para que alguien te anime. Y cuando los jóvenes ven eso, se producen cambios extraordinarios.
Los hijos son un regalo hermoso.
Hay espejos para mirarse, peinarse y vestirse, pero el espejo para cambiar tu vida está en aquellos que más quieres. Porque uno solo no puede verse a sí mismo.
Mis hijos me decían que no hubieran querido tener otro papá y eso me hacía sentir muy orgulloso.
Mi reto es mejorar cada día.
La vida no sólo te trata mal, eso únicamente pasa en las malas películas. En la vida real, cuando se escucha a la gente que se ha levantado después de vivir situaciones difíciles, uno se da cuenta de que nadie se levanta solo.
Yo mismo he tenido personas en mi camino: el indigente que me enseñó a leer, papá Gaby (su padre adoptivo de los servicios sociales del Estado), la buena jueza y el padre Thomas. Todos son como regalos.
El regalo más bonito en la vida son las personas que uno ha querido y quiere; y se necesita la vida entera para conocerlas.
Yo nunca pido dar ninguna charla, pero hay gente que me invita. Recibo muchos correos de personas que han cambiado su vida porque se dicen: “si Tim lo ha conseguido, yo también puedo.
Mucha gente afirma que mi testimonio le ha dado sentido a su vida. Algunos han dejado de beber o de ser violentos y vienen a darme las gracias. Pero yo no he hecho nada. Por ejemplo, la gente lee mi libro y piensa: “Tim no es mejor que yo, así que igual yo también puedo cambiar.
Se necesita tiempo para que los demás se den cuenta de las cosas, por eso la gente no tiene que desesperarse a la hora de hacer el bien.
El campesino, cuando siembra, no va al día siguiente a su campo a echarle la bronca a la tierra y a pedirle que se dé prisa en dar frutos. El amor que se da en este mundo es similar: no es para gente que tiene prisa.
El Dios a quien yo amo está vivo, no existe solamente en un libro, sino que sale al encuentro de toda persona en la Tierra.
Durante tres años hice correr mucho a la policía por los barrios, era mi forma de jugar al balón prisionero con ellos. Ocurrió que justo me arrestaron el día que no había hecho nada: fue estupendo, tenía dos chóferes solo para mí. Yo conocía París a pie y en metro, pero no en coche. Me llevaron a mi primer tribunal y me mostraron a mi primer juez.
Los encuentros son importantes, pero no siempre nos damos cuenta.
Yo viví en la calle, y allí uno ve las cosas que la gente ve en el cine: ellos pagan por ver violencia, nosotros la teníamos gratis. Hubo un día en que quería morirme, acabar con todo… pero hice un Michael Jackson en mi cabeza: adelante y atrás, adelante y atrás. Lo que me hacía dudar era la mirada tierna de aquel policía.
Muchas veces no nos damos cuenta del poder de una mirada, pero por eso yo agradezco todas las miradas buenas de la gente que me cruzo. Si hoy estoy casado y quiero a mi familia, es por aquel día, por aquella mirada. Jamás dije gracias a aquel policía, será el primero al que busque cuando me reúna con el Big Boss.
Yo me movía por odio y soñaba con tener una madre.
Una vez –solo una- fui al colegio: entré a las nueve y a las diez ya me habían echado.
Hay quien dice que los niños abusados se convierten en abusadores: hablan de porcentaje ya lo tienen en los genes, que un niño violado se convierte en violador. A veces la gente inteligente dice cosas muy peligrosas.
Hay niños que no quieren crecer porque el futuro les da miedo: el camino se presenta lleno de minas; saben que solo un 20 % pasará.
Yo quería triunfar en la vida porque descubrí que tenía unas huellas dactilares únicas, un ADN único. “Yo soy único”, me decía, “mi cuerpo, mi cabeza, mi corazón y mi futuro son únicos.
Inicialmente no creía porque veía creyentes que no amaban al diferente, que hablaban mal de los demás… era una enfermedad que yo no quería para mi vida. Por suerte, el Big Boss me hizo encontrarme con un buen chico que amaba a Dios. Todo el mundo le decía que no se relacionase conmigo porque no era una buena compañía, un impresentable.
Cuando mi amigo hablaba de Él, te daba la impresión de que se había fumado algo fuerte. Un día vino y me dijo “¿Tú sabes que Dios vino para los pobres?”, y yo fui a por un periódico, lo abrí por la sección de Sociedad y le dije que entonces Dios debía estar de vacaciones a menudo. Sin embargo, siguió compartiendo conmigo las historias del “Big Boss”, y eran historias originales.
Un día le pregunté qué haría el próximo fin de semana –en mi grupo de amigos normalmente nos peleábamos-. Él o bien rezaba o se encargaba de cuidar a personas discapacitadas. Cuando le pregunté cuánto cobraba me dijo que nada, que era voluntario y que lo hacía por Dios. Me chocó tanto que decidí ir a ver si realmente trabajaba con personas discapacitadas, y tuve la gran suerte de encontrármelas.
Fueron las primeras personas que me trataron de forma normal. Cuando llegué, uno de ellos me preguntó mi nombre, se lo dije y entonces puso su mano en mi pecho y me dijo “Eres agradable, Tim”. Yo no sabía que era agradable hasta ese momento, nunca me lo habían dicho. Me tomó de la mano y me llevó a su mesa, me sirvió un tomate relleno, y luego otro. Al final de la comida vino a verme y me dijo “¿Vienes a ver a Jesús conmigo?.
Me quedé tumbado, en las escaleras de la iglesia hasta que me despertó el sacristán. Si yo soy hoy cristiano de la Iglesia Católica y enamorado del Sacramento, es gracias a ese día.
Tuve la suerte de encontrar un buen sacerdote. Todo el mundo me decía que no me acercara a ese cura, pero a mí me atraía porque llevaba ropa rara, como de mujer. Era un dominico… me preguntó “¿Quieres el perdón de Jesús?”. “¿Para qué sirve?”, le pregunté, y me respondió que me podría hacer bien.
También soy cristiano hoy gracias a aquel dominico, aquel que murmuró al alma de un pecador y le dio oraciones.
Fui a vivir con las personas discapacitadas: me enamoré de ellas porque se acordaban de mi nombre.
He perdonado a mi padre, pero no de un modo mágico. El primer perdón, de hecho, fue a mí mismo.
El peor enemigo de uno no es el sufrimiento, sino la memoria que viene a secuestrarte, que te recuerda constantemente que has sufrido y te infunde miedo sobre el futuro.
Para mí el perdón es como un viaje en globo, si no te liberas de peso no puedes subir más alto y más lejos.
Perdonar no es olvidar, sino “saber vivir con.
Mi sueño es que mis hijos no tengan que decir que son hijos de alcohólicos.
Antes mi memoria me torturaba, ahora me aclara la vía. No soy la raíz de mi familia, pero soy un buen tronco, y es un árbol que florece.
Gracias, “Big Boss”. Hoy mi historia es una especie de pasaporte que me permite no juzgar nunca, porque sé de dónde vengo.
Amo mucho a Dios, y a menudo Él es acusado por los sufrimientos que llevamos dentro.
Muchas veces la gente dice “¿Qué le he hecho yo a Dios?”, “¿Por qué Dios permite la guerra, o el Sida, o cualquier desgracia…?”. Cuando no creía, veía esta actitud y me preguntaba quién era este Dios al que tanta gente le echa las culpas. Me di cuenta que Él no me había pegado nunca, ni tratado mal, ni hecho nada malo.
Antes de creer no conocía realmente el miedo, solo el de mi corazón. Cuando la policía corría detrás de mí, a veces me escondía y me daba la sensación de que mi corazón hacía tanto ruido que me descubrirían: era la adrenalina.
Desde que creo en Dios, sin embargo, mis temores son más grandes. Mi mayor miedo es el de no ser buen hijo del Big Boss: como jamás he tenido la posibilidad de ser hijo en la Tierra, solo soy hijo en mi rosario.
Nunca estoy seguro de complacer a Dios, no obstante. Es una paradoja: no dudo del amor de Dios, pero al mismo tiempo tengo miedo.
Estas son algunas de las frases de Tim Guenard más significativas y que pueden servir de inspiración a otros, pues Guenard se ha convertido en uno de los ejemplos de resiliencia más notorios en la actualidad.
Las frases de Tim Guenard también forman parte de un glosario vital, para quienes necesiten un ejemplo de motivación y de superación personal.